FACULTAD DE HUMANIDADES
ESCUELA ACADÉMICO PROFESIONAL DE PSICOLOGÍA
MONOGRAFÍA
“PATERNIDAD Y AFECTIVIDAD”
ALUMNOS
CASTILLO
GARCIA, LUCIANA
JAUREGUI
EUSTAQUIO, GUADALUPE
RAMÍREZ
VILLACORTA, MILAGROS
SÁNCHEZ
CABRERA, ESTEFANNI
SILVA
SEVILLA, RAQUEL
ASESOR
LENIN CARDENAS
LINEA DE
INVESTIGACIÓN
BASICA – TEORICA
TRUJILLO – PERU
2013
ÍNDICE
I. Título
II. Introducción
III. Agradecimiento
IV. Dedicatoria
CAPÍTULO I:
1.1. Paternidad
1.1.1. Significado de la paternidad
1.1.2. Masculinidad y paternidad en los
varones
1.1.3. Educación paternal
1.1.4. Ejercicio de la paternidad
CAPÍTULO
II:
2.1 Afectividad
2.2.1. Significado
de la afectividad
2.2.2. Los afectos
2.2.3. La educación afectiva
2.2.4. Las emociones
2.2.5. Estados de ánimo
I.
TÍTULO
“PATERNIDAD Y AFECTIVIDAD”
II.
II.
DEDICATORIA
A Dios por habernos permitido llegar hasta este punto y habernos
dado salud, por ser el guía de nuestras vidas y darnos lo necesario para seguir
adelante día a día para lograr nuestros
objetivos.
A nuestros padres por apoyarnos en todo momento, por los consejos,
los valores, por la motivación constante que nos permitirá ser unas personas de
bien, por el valor mostrado para salir adelante y por su amor.
A mi docente por su gran apoyo y motivación para la culminación de
nuestros estudios profesionales, por su apoyo ofrecido en este trabajo, por
habernos transmitidos los conocimientos obtenidos.
III.
AGRADECIMIENTO
Queremos agradecer a nuestro docente Lenin
Cárdenas ya que nos enseña valorar los estudios y a supera cada día, también
agradezco a nuestros padres porque ellos estuvieron en los días más difíciles
de nuestra vida como estudiantes y que han dado todo el esfuerzo, agradezco a
Dios por darnos la salud que tenemos, estamos seguras que nuestras metas
planteadas darán fruto en el futuro y por ende debemos esforzarnos cada día
para ser mejores en la vida.
IV.
INTRODUCCIÓN
Ciertamente
el ser padre no es tarea fácil. Es tarea difícil, requiere trabajo y muchas
veces produce frustración. Pero puede ser extremadamente remuneradora. Y los
buenos resultados que se obtienen sobrepasan por mucho a los problemas que se
presentan mientras tal tarea se efectúa. Muchos padres piensan así. Por
supuesto, hay puntos de vista diferentes. No todos los padres ven su papel con
gozo. Para algunos, los hijos quizás representen la pérdida de cierto grado de
retiro o libertad, puesto que éstos quizás hayan interrumpido la marcha hacia
alguna meta que ya se hubieran trazado los cónyuges. Otros padres quizás no
hayan estado emocionalmente preparados para los papeles complejos de la
paternidad y la maternidad. Otros más quizás se hayan resentido por los
sacrificios que requiere el desempeño de sus papeles. Pero sea cual fuere la
razón, tal manera de ver las cosas es lamentable. Especialmente puesto que esas
actitudes negativas sin lugar a dudas afectan la manera en que estos padres ven
a sus hijos y tratan con ellos. Hasta hay padres que se refieren a sus propios
hijos como “mocosos” o “diablos.” No sorprende, entonces, que resulte difícil
tratar con algunos niños. No se sienten deseados ni queridos, y de varias
maneras buscan devolver mal por el mal que reciben.
CAPÍTULO
I:
1.1. PATERNIDAD
1.1.1. SIGNIFICADO DE LA PATERNIDAD
Fuller (1997) Hablar
de lo que significa la paternidad en los varones, nos obliga a situarla como un
proceso que se va construyendo momento a momento, el ser padres está
relacionado con la manera particular de ser hombres, con los discursos y
prácticas en sus familias de origen. El ser hombre en este grupo social y desde
el modelo hegemónico de masculinidad significa y representa el ser
responsables, el cumplir con las necesidades de la pareja y la familia, el que
debe resolver cualquier problema que se presente, el dejar de ser niños o
jóvenes irresponsables.
El
proceso de ser padres, se va conformando desde la toma de decisiones de ser
padres, la cual en algunos casos es planeada y negociada con la pareja,
generalmente se incorpora después de uno o dos años de casados. Sin embargo varios señalan que no habían planeado a los
hijos o hijas, que se enteraron que serían padres en el momento en que la
compañera les anuncia que está embarazada, lo cual si bien les llega a causar
un conflicto momentáneo porque no estaba en sus “planes de vida” ser padres en
ese momento particular, en cuanto saben la noticia, aceptaron con agrado el
cambio que representaría en su vida.
El
que generalmente los varones aludan a que no estaba en sus “planes de vida” ser
padres, es porque desde la perspectiva social que van elaborando sobre el ser
hombres, integrarían en primera instancia el terminar una carrera profesional,
establecerse laboralmente, tener ingresos económicos que les permitan adquirir
una casa, quizá un auto y poder mantener el estilo de vida de clase media, lo
cual resulta cada vez más difícil, la mayoría de las familias se enfrenten a la
necesidad de incorporarse al ámbito de trabajo remunerado tanto el hombre como
la mujer. Y un dato importante en este grupo social, es que aun cuando ambos
realizan actividades visualizando como proveedores únicos, llegando a comentar
que “la responsabilidad económica es de ellos”, “que tienen que ver que todo
marche bien en la casa y la familia”, lo cual forma parte del proceso de
construcción de la identidad de género masculino, donde a su vez se incorpora
el ser padres, pues esto lo ven en parte como una responsabilidad más en sus
vidas.
La
paternidad es parte de la identidad genérica en los varones como un elemento
estructurarte del deber ser en el ciclo vital, es la consecución de la adultez
plena, a través de ella, un varón se convierte en el centro de un nuevo núcleo
social y es considerada como la experiencia más importante y plena en la vida
de un hombre.
Keijzer (1995),
considera que a nivel identitario los varones se enfrentan a desafíos y
mandatos entre los que destacan el trabajar, formar una familia y tener hijos,
es uno de los pasos fundamentales del tránsito de la infancia y la adolescencia
hacia la madurez, uno de los desafíos que se deben superar. Es así mismo la
culminación del largo rito de iniciación para ser un hombre.
Si
bien la paternidad forma parte del proceso de transición y madurez hacia la
adultez como parte de la identidad en los varones, también la paternidad se
incorpora en su subjetividad como parte del proyecto de vida que le dará
sentido y significado a las actividades que llevan a cabo. A diferencia de lo
que la literatura ha dicho respecto a los varones señalando que generalmente no
contemplan el deseo de tener hijos y participar cercanamente en su proceso de
crianza y desarrollo, por el contrario, nos encontramos con que la mayoría le
otorga un lugar importante y significativo en su proyecto de vida.
Figueroa (2000, 2001)
cuando plantea que la paternidad integra el conjunto de relaciones posibles que
pueden darse entre un progenitor y sus hijos e hijas sin reducirlo a la
dimensión biológica, sino también progenitores adoptivos y simbólicos, es
decir, hombres que quieren establecer una relación con un niño o una niña que
va construyendo su vivencia como persona. Las relaciones pueden ser de afecto,
de cuidado y de conducción, a la vez que existen relaciones de sostén
económico, de juego y diversión conjunta, así como de búsqueda de autonomía.
Podemos decir que la paternidad es un proceso con momentos reales y momentos
virtuales, momentos que han ocurrido y momentos que pueden ocurrir y algunos
que a pesar de su posibilidad, nunca se presentan. Dicho proceso no puede
imaginarse al margen de la construcción de la masculinidad y dentro de ella en
particular, de la forma en que se viven dinamismos como la sexualidad, la salud
y la reproducción, ya que el conjunto de ellos permea los diferentes
significados que se le puede dar a la paternidad y paralelamente, al valor que
se le atribuyen a los hijos derivados de tal ejercicio.
Lo
que permiten ver los discursos y vivencia de los entrevistados es que cuando se
integra en la subjetividad el deseo, la planeación y decisión de los hijos o
hijas como parte del proyecto de vida, esta se vive como algo extraordinario
que llega a cambiar la vida de algunos varones, donde replantean y
re-significan la propia vida a partir del intercambio relacional con la pareja
y lo que van descubriendo y aprendiendo con los hijos e hijas.
La
pareja adquiere un papel importante en el proyecto de vida, llega a determinar
la manera en la cual ellos van asumiendo el compromiso y participación en el
proceso reproductivo y la crianza con los hijos e hijas. La autoridad sigue
jugando un papel central en la subjetividad e identidad de muchos varones,
aunque se notan algunos cambios donde se plantean relaciones más igualitarias,
cercanas y afectivas con los hijos e hijas encontrando la posibilidad de
disfrutar la experiencia de la paternidad. Es en el ámbito familiar donde más
se podrían afirmar pero a la vez cuestionar las bases y estereotipos de la
identidad en los varones y una posibilidad es en el ejercicio de la paternidad.
1.1.2. MASCULINIDAD Y PATERNIDAD
EN LOS VARONES
Seidler (1995, 2000) La
masculinidad y la paternidad han sido temas que se ha abordado de manera
diversa en muchos países de Latinoamérica y del mundo desde los y las
estudiosas de la masculinidad, pero recientemente es que se ha empezado a
trabajar desde la perspectiva de género en su carácter relacional, es decir,
sólo se puede llegar a ser padre de una manera particular a partir de la
relación específica que establezca con la pareja y con los hijos e hijas.
El
que en muchas ocasiones se siga centrando el interés por la figura materna y se
deje de lado la paterna, forma parte de las representaciones y los significados
históricamente construidos sobre las prácticas sociales atribuidas a los
varones y las mujeres.
El
proceso de socialización y construcción de la subjetividad de los varones
generalmente se encuentra relacionado con un modelo de masculinidad hegemónica,
logrando estereotipar los significados donde “ser varón es ser importante”,
tener y ejercer el poder sobre los “otros”, en el ámbito sexual, laboral,
escolar, familiar, civil, visualizados sólo como seres racionales dejando al
margen su vida emocional, al menos en el “mundo público”, ante los que los ven
y juzgan, que generalmente son otros varones quienes les confieren legitimidad
en su actuación.
En
muchos espacios sociales la mayoría de los varones aprenden a identificarse con
la razón y a separar y desdeñar la experiencia corporal y las emociones por
considerar que estas corresponden más a las mujeres que a ellos como hombres,
ya que pondría en cuestionamiento la legitimidad de su hombría. Aprenden a
valorar la razón de una manera que los aleja de la vida emocional, en muchas
ocasiones ellos mismos comentan “…es que soy muy racional, pero no sabes como
me duele no poder hablar de mis sentimientos, de mis emociones, de poder
plantear realmente mis preocupaciones, mis dudas, mis temores, mis angustias,
mis inseguridades....”
Kaufman (1997) ha
señalado las experiencias contradictorias del poder en los varones y los costos
que implica el vivir de acuerdo con el ideal de masculinidad hegemónica al
encubrir sus emociones y necesidades, aprenden a desplazar las emociones,
pueden aceptar y expresar ciertos sentimientos como la ira, pero no la
tristeza, la ternura y el miedo por considerarse una amenaza a la identidad
masculina hegemónica, pocas veces a los niños se les enseña a distinguir y a
nombrar las emociones y los sentimientos, de ahí que a la mayoría de los
varones les cueste trabajo reconocer su vida emocional, debido a que se les ha
enseñado a negarla.
Se
les dificulta reconocer que “no saben” qué sienten, porque una parte importante
de la construcción de estereotipos de masculinidad hegemónica consiste en dar
por hecho que “deben tener la respuesta correcta” en todas las situaciones.
Al no aprender a compartir sus sentimientos y
manifestar sus emociones incluso con la pareja o con las personas cercanas, en
muchas ocasiones les es difícil sostener relaciones armoniosas, más bien
aprenden a desligarse y alejarse, a ser impersonales como una manera de
proteger su vulnerabilidad.
Si
bien muchos pueden llegan a construir su vida de acuerdo con los ideales de la
razón y de la modernidad, muchos otros podrán cuestionar y reconocer que es un
ideal imposible, no se puede existir solo como seres racionales, la vida
emocional y la experiencia callada ha provocado dolor y sufrimiento a algunos,
al no poder dar explicaciones lógicas y congruentes con las formas de
comportamiento que no se esperan de los varones como el temor, la
incertidumbre, la angustia, el cuidar de ellos mismos y de los otros, elementos
que estarían estrechamente relacionados con el ejercicio de la paternidad
llegando a provocar tensión y conflicto a algunos varones en su actuación como
padres.
La
paternidad integraría aspectos subjetivos, simbólicos y valorativos que dan
sentido y significado a las vivencias, motivaciones, prácticas sexuales,
reproductivas y de crianza en los varones; sólo podrá comprenderse de manera
amplia a partir de su carácter relacional con la maternidad y el significado
otorgado a los hijas (os) a partir de los “discursos” y las “prácticas” en los
diferentes contextos históricos sociales y culturales; los significados y las
representaciones de la paternidad, maternidad y la infancia o adolescencia,
deben situarse en el universo simbólico de la cultura de la que forman parte;
el significado y la vivencia de la paternidad cambia a lo largo del tiempo y en
las trayectorias de vida.
La
función paterna no se refiere únicamente a la presencia real o a la ausencia
del padre en la familia, integra el orden del sentido y la significación. El
análisis sobre reproducción, paternidad y crianza están ligada a
representaciones y significados que forman parte de la identidad genérica no
sólo de los varones sino también de las mujeres, a los “supuestos” papeles
asignados a hombres y mujeres en el ejercicio de la sexualidad, reproducción y
responsabilidades de crianza de los hijos e hijas.
Schmukler (1996) la
discusión sobre la crianza propone que el proceso no se reduce en su
interpretación a dicho ámbito, sino que se negocian identidades y posturas ante
la vida, donde se generan contradicciones entre lo individual y lo social
llegando a dificultar el establecimiento de relaciones equitativas en cuanto a
las responsabilidades sobre las trayectorias de vida de los hijos e hijas.
El
sentido, significado y valoración social de la paternidad genera
contradicciones en la medida que las representaciones sobre el papel asignado a
hombres y mujeres es diferencial, pudiendo asignar menor relevancia social a la
participación de los varones en el ámbito de la crianza de los hijos(as) en
comparación con el trabajo, el éxito profesional y el mundo público, en tanto
que la valoración social de las mujeres se sigue otorgando a la maternidad aun
cuando realicen actividades productivas, lo cual consideramos tiene
implicaciones en las trayectorias de vida.
La
paternidad es una construcción sociocultural y por tanto influida por la
formación de la identidad genérica, no es sólo la reproducción biológica, sino
lo que se hace con los productos de esa reproducción, las diferentes prácticas
sociales que integran las funciones y responsabilidades con los hijos e hijas, considera
que la paternidad integra los procesos de relación donde se construye la
identidad como persona de los partícipes, hombre, mujer, hijos(as), este
proceso no puede imaginarse al margen de la construcción de las identidades
masculinas, agregaríamos también de las identidades femeninas y el papel
asignado a los hijos(as). Desde esta perspectiva nos comprometemos a visualizar
los procesos como parte de una “realidad compartida” donde los significados,
las vivencias y las subjetividades que se construyen forman parte de esa
realidad social multirrelacionada.
1.1.3. EDUCACIÓN PATERNAL
Figueroa (1996) Los
niños y adolescentes que presentan un desarrollo personal adecuado tienen una
relación con el padre también adecuada, mientras que cuando esa relación tiene
carencias, es corriente encontrar hijos con lagunas en su desarrollo como
persona.
Muchas
veces al profundizar en estos últimos casos se descubre que el hijo (niño o
adolescente) ha incorporado esquemas y pautas en un área determinada, que suele
coincidir con las que tradicional y culturalmente interviene la madre, mientras
que en otras, que son más competencia del padre, aparecen lagunas. Los cuidados
maternos se han realizado al tiempo que los del padre han quedado incompletos o
incluso no se han dado para nada.
Esto
lo digo para resaltar la importancia de la aportación de ambos padres, cada uno
tiene sus funciones y son importantes.
Para
que el desarrollo personal vaya acorde con un suficiente contacto con el padre,
es importante intensificar la cantidad y la calidad de las interacciones que es
justamente lo que poco se va haciendo menos.
La
finalidad educativa del padre es la de orientar al hijo en todos los aspectos
de su vida y para esto debe crear un clima que haga posible la apertura total
del hijo ante el padre.
Educar
es, antes de nada, formar la personalidad del hijo en actitud de apertura, para
que esa personalidad empiece a ser suya (del niño).
La
tarea del padre como educador es permanente; el padre educa (o maleduca)
siempre; no puede descansar de esta tarea, como no puede descansar de vivir y
en todo caso, educa incluso en el descanso, es decir, que cada palabra, cada
silencio, cada caricia, cada mirada.
La
presencia o ausencia (aún presente) del padre influyen en el desarrollo
cognitivo del hijo, y sobre todo en el área de las matemáticas.
Con
la madre ocurre algo parecido, pero sobre todo en el área verbal, lectura, etc.
Los
niños que tienen buenas relaciones con el padre se adaptan mejor y más rápido a
los cambios sociales de su ambiente, son más curiosos en la exploración del
ambiente, aparecen más seguros y confiados y tienen un mejor desarrollo motriz,
sobre todo en andar a gatas, gatear y manipular objetos. Tienen además menor
ansiedad ante la separación y ante el contacto con extraños y un mayor
autocontrol, están más motivados para el éxito, etc.
1.1.4. EJERCICIO DE LA PATERNIDAD
Blázquez R. (2000) Tanto un padre como una madre tienen
la gran responsabilidad de ejercer la paternidad, o sea mantener, proteger,
cuidar, educar y criar a su descendencia, ejerciendo ese rol en el grupo
familiar con la autoridad que requiere.
Autoridad
no es lo mismo que autoritarismo; porque una persona con autoridad es la que
pone las reglas y las hace cumplir, creando un clima armónico de contención y
consenso en el grupo familiar, con la capacidad suficiente de amor y empatía
como para entender las necesidades de sus hijos a medida que crecen.
El
autoritarismo en cambio demuestra poca sensibilidad e interés en los hijos, son
padres que ordenan pero no escuchan, prohíben pero no dan explicaciones y
enseñan de la misma manera en que han aprendido ellos, obedeciendo órdenes a
los golpes, siendo su instrumento para dominar, el miedo.
No
todos los padres atienden las necesidades materiales y afectivas de sus hijos
como para que crezcan sanos y felices; existen muchos niños en estado de
abandono que no tienen contención familiar, no concurren a la escuela y no
tienen posibilidades de ser educados ni de aprender un oficio.
Esos
niños, seguramente crecerán con lo que aprendan en la calle, rodeados de
compañías que como él, no tienen ninguna instrucción y que tratan de sobrevivir
delinquiendo.
Las
experiencias de un niño con sus padres dejarán una huella imborrable en su
memoria y patrones de comportamiento similares con los cuales se manejará en el
futuro con sus propios hijos.
Es
difícil ser padre en una sociedad compleja con las fuertes influencias de los
medios de comunicación y las exigencias de la vida moderna. Sin embargo, es un
desafío que vale la pena, porque de la conducta que tengan los padres dependerá
la salud, el bienestar y la vida de los hijos, objetivos que también harán
sentirse a los padres realizados.
Existen
distintos estilos de padres. Los padres autoritarios, por ejemplo, son fríos,
rigurosos, poco comunicativos, serios, inflexibles, con altos ideales y altas
expectativas con respecto a sus hijos. Acostumbran a condenar o a emitir
juicios, señalan más las fallas y los defectos que los aciertos y no demuestran
afecto por considerarlo un rasgo de debilidad, creando un abismo generacional
muy difícil de salvar.
Los
hijos de padres autoritarios suelen ser inseguros, tener poca confianza en sí
mismos, baja autoestima y debilidad de carácter y pueden presentar problemas
crónicos de salud, como asma, eczemas, enfermedades recurrentes, etc.
Por
otro lado, existen también padres demasiado permisivos que no ponen ninguna
regla en el hogar, donde los hijos hacen lo que quieren, no tienen límites,
toman decisiones propias sin ningún control, se ausentan del hogar sin permiso,
sin que sus padres sepan dónde van y con quien están y tampoco se ocupan de su
rendimiento o conducta en la escuela. Estos niños crecen sin ningún límite y
aprenden a no respetar la ley, ni las normas sociales.
Los
padres indiferentes son los que están ausentes tanto física como
psicológicamente, que tienen bajas exigencias y ninguna expectativa, que
transfieren su responsabilidad a otros y que se comportan como si no tuvieran
hijos. Confían en las personas que se encargan de ellos y no les importa qué
hacen, cómo están, dónde van y con quien están y a veces son padres tan
inmaduros que se comportan como hijos de sus propios hijos, obligándolos a
asumir responsabilidades que trascienden sus posibilidades.
La
paternidad ejercida con autoridad es lo que idealmente todo hijo necesita.
Padres sensibles, que pongan las reglas en el hogar y que las hagan cumplir,
que acepten a sus hijos como son, que les brinden amor y cuidado, que los
traten con firmeza, que sean responsables, que tengan expectativas, que los
estimulen y alienten para que realicen su potencial, que los escuchen y que les
pongan límites.
El
amor es la condición para importante en la relación entre padres e hijos, es lo
que hace posible que los hijos se identifiquen con ellos y que aprendan de su
ejemplo, es lo que ayuda a limar asperezas, a comprender, a ponerse en el lugar
del otro, a crecer, a pasar etapas difíciles y a ser personas que puedan
desarrollarse con plenitud e insertarse en la sociedad en forma adecuada.
CAPÍTULO II:
2.1 Afectividad
2.2.1.
Significado de la afectividad
David Le Breton (1999)
En psicología se usa el término
afectividad para designar la susceptibilidad que el ser humano experimenta ante
determinadas alteraciones que se producen en el mundo real o en su propio yo.
*
El predominio de las relaciones de pareja y de familia.
*
La inhibición de las funciones conscientes.
*
Dirigir el sexo, las tendencias y el querer hacia "objetivos"
determinados.
*
Oscilar entre dos polos sexuales: lo agradable - lo desagradable y lo odiable.
Según
Baruch de Spinoza, las afecciones fundamentales son tres:
1)
Alegría
2)
Tristeza
3)
Deseo
Trató
de que esas partes fueran puramente corporales, de que estuvieran al nivel del
apetito, es decir, no acompañadas por la conciencia. Las emociones,
estrictamente hablando, suponen una idea del objeto; el amor, por ejemplo, es
un modo de la conciencia que incluye una idea del objeto amado.
Capacidad
de reacción de un sujeto ante los estímulos que provienen del medio externo o
interno, cuyas principales manifestaciones son los sentimientos y las
emociones.
Desde
Platón y Aristóteles y a lo largo de los siglos, los afectos y emociones han
sido considerados desde muy diversos puntos de vista. Así en la Época Clásica
la razón era la característica esencial de la persona y la afectividad se
asimilada al caos. Santo Tomás de Aquino y Descartes dan gran impulso a la
valoración independiente de la afectividad. Rousseau consolida su valor
autónomo y la obra de James y Lange estimularon su investigación desde el punto
de vista fisiológico conductual.
*
La afectividad, es pues no una función psíquica especial, sino un conjunto de
emociones, estados de ánimo, sentimientos que impregnan los actos humanos a los
que dan vida y color, incidiendo en el pensamiento, la conducta, la forma de
relacionarnos, de disfrutar, de sufrir, sentir, amar, odiar e interaccionando
íntimamente con la expresividad corporal, ya que el ser humano no asiste a los
acontecimientos de su vida de forma neutral.
*
La afectividad por tanto confiere una sensación subjetiva de cada momento y
contribuye a orientar la conducta hacia determinados objetivos influyendo en
toda su personalidad.
Según
Henry Ey la máxima interrelación entre el psiquismo y lo somático se da en la
afectividad y solamente desde el punto de vista didáctico se puede dividir la
afectividad en parcelas independientes y cuyas manifestaciones principales son:
*
Ansiedad
*
Estados de ánimos o humor
*
Emociones
*
Sentimientos y pasiones
El
modo en que el ser humano experimenta los diferentes sucesos de su vida depende
de sus tendencias sensibles innatas (instintivas), intereses y motivaciones que
van confiriendo a una sensación subjetiva dependiendo de la situación,
influyendo así en su personalidad.
AFECTIVIDAD
*
Susceptibilidad que el individuo experimenta ante determinadas alteraciones que
se producen en el mundo exterior o interno.
*
Constituye un proceso cambiante en las vivencias del sujeto, calidad de
experiencias agradables o no.
*
Definen y limitan la vida afectiva del individuo, incidiendo en el pensamiento,
la percepción, la conducta, la forma de relacionarse y vivir.
*
Se refiere a todo lo que comprende la vida emocional del individuo: Estado de
ánimo, emociones, sentimientos, pasiones y afectos.
2.2.2. LOS
AFECTOS
En general se suele identificar y
relacionar el afecto con la emoción, pero son fenómenos distintos aunque, sin
duda, relacionados. Mientras la emoción es una respuesta individual interna que
informa de las probabilidades de supervivencia que ofrece una situación, el
afecto es un proceso de interacción social entre dos o más personas.
Dar afecto implica realizar un trabajo
no remunerado en beneficio de los demás: hacer un regalo, visitar a un enfermo,
explicar un concepto o una idea a un compañero de curso, demandan un esfuerzo:
el afecto es algo que se transfiere. Por eso se dice que las personas dan
afecto y reciben afecto. Las emociones, en cambio, no se dan ni se quitan: se
experimentan.
Hoy por hoy la psicología tiende a
afirmar que el afecto es una necesidad básica, fundamental. De hecho, no hay
ninguna duda que el desarrollo personal es precario, incompleto, sin desarrollo
emocional, afectivo. Casi en forma intuitiva los padres conocen este hecho;
estimulan a los bebés y a los niños y están pendientes de su desarrollo físico,
intelectual, y social afectivo.
Solemos describir nuestro estado
emocional a través de expresiones como "me siento cansado" o " siento
una gran alegría", mientras que describimos los procesos afectivos como
"me da cariño" o "le doy mucha seguridad". En general, no
decimos "me da emoción" o "me da sentimiento" y sí decimos
"me da afecto". Además, cuando utilizamos la palabra 'emoción' en
relación con otra persona, entonces decimos "fulanito me emociona" o
"fulanito me produce tal o cual emoción". En ambos casos, se alude
básicamente a un proceso interno más que a una transmisión. Parece que una
diferencia fundamental entre emoción y afecto es que la emoción es algo que se
produce dentro del organismo, mientras que el afecto es algo que fluye y se
traslada de una persona a otra.
A diferencia de las emociones, el
afecto es algo que puede almacenarse o acumularse. Utilizamos, por ejemplo, la
expresión "cargar baterías" en vacaciones, para referirnos a la
mejoría de nuestra disposición para atender a nuestros hijos, amigos, clientes,
alumnos, compañeros, etc. Lo que significa que en determinadas circunstancias,
almacenamos una mayor capacidad de afecto que podemos dar a los demás. Parece
que el afecto es un fenómeno como la masa o la energía, que puede almacenarse y
trasladarse.
Por otra parte, nuestra experiencia
nos enseña que dar afecto es algo que requiere esfuerzo. Cuidar, ayudar,
comprender, etc., a otra persona no puede realizarse sin esfuerzo. A veces, no
nos damos cuenta de este esfuerzo. Por ejemplo, la ilusión de una nueva
relación no nos deja ver el esfuerzo que realizamos para agradar al otro y para
proporcionarle bienestar. Pero, en la mayoría de los casos, todos
experimentamos el esfuerzo más o menos intenso que realizamos para proporcionar
bienestar al otro
Por ejemplo, cuidar a alguien que está
enfermo requiere un esfuerzo y es una forma de proporcionar afecto. Tratar de
comprender los problemas de otro es un esfuerzo y es otra forma de dar afecto.
Tratar de agradar a otro, respetar su libertad, alegrarle con un regalo, etc.,
son acciones que requieren un esfuerzo y todas ellas son formas distintas de
proporcionar afecto.
Ahora bien, a pesar de las
diferencias, el afecto está íntimamente ligado a las emociones, ya que pueden
utilizarse términos semejantes para expresar una emoción o un afecto. Así
decimos: "me siento muy seguro" (emoción) o bien "me da mucha
seguridad" (afecto). Parece, pues, que designamos el afecto recibido por
la emoción particular que nos produce.
Por último, todos estamos de acuerdo
en que el afecto es algo esencial en los humanos. No oiremos ninguna opinión
que niegue la necesidad de afecto que todos los seres humanos tenemos. En este
sentido, todos tenemos la sensación que la especie humana necesita una gran
cantidad de afecto contrariamente a otras especies, como los gatos o las
serpientes. Esta necesidad se acentúa al máximo en ciertas circunstancias, por
ejemplo, en la infancia y en la enfermedad.
SEÑALES
DE AFECTO
Hemos planteado que el afecto es una
necesidad de todos los organismos sociales, ya que se refiere al trabajo que un
organismo realiza en beneficio de otro. En la evolución de las especies
sociales hacia grados más complejos de estructura social, aparecen nuevos
comportamientos que tienen como función mantener la estructura social de la
especie. En la especie humana aparecen normas, valores, rituales y señales
afectivas cuya función es el mantenimiento de la estructura social del grupo.
Las señales afectivas, en particular,
se expresan en un amplio repertorio de conductas estereotipadas, genética y
culturalmente, cuya función es garantizar la disponibilidad afectiva de quien
las emite con respecto al receptor. La sonrisa, el saludo cordial, las señales
de aceptación, las promesas de apoyo, etc., sirven para comprometer a quien las
emite y constituyen una fuente de afecto potencial para el receptor. Tanto la
etología como la antropología estudian profusamente este tipo de señales o
comportamientos.
Un organismo social no sólo necesita el
apoyo de sus congéneres en el presente, sino que, también, necesita tener
alguna seguridad de que este apoyo se mantendrá en el futuro. La función de las
señales afectivas reside en satisfacer esta necesidad. Cuando una persona
sonríe a otra le está transmitiendo la confianza de que puede contar con ella
en el futuro, que es y será reconocido como miembro de su grupo y que, por
tanto, está dispuesta a proporcionarle afecto cuando lo pueda necesitar. El
resultado es que la persona que recibe la sonrisa experimenta una emoción
positiva.
No obstante, el hecho de emitir
señales afectivas no asegura, en todos los casos, una cesión futura de afecto,
debido a que esto dependerá de la capacidad real de trabajo que pueda realizar
el emisor. Esto explica cómo, en la práctica, personas que emiten señales
afectivas (sonrisas, saludos, promesas, etc.) luego no pueden proporcionar la
ayuda requerida ya que no disponen de la capacidad necesaria para realizar un
trabajo. Esta divergencia entre intención afectiva y capacidad afectiva real
causa frecuentes y variados conflictos en las relaciones humanas.
Las señales afectivas son también un
modo de incentivar la reciprocidad en el intercambio afectivo, puesto que el
receptor de las mismas experimenta una obligación para compensar el afecto
(potencial) recibido. Si un organismo que realiza un trabajo en beneficio de
otro, es decir, que proporciona afecto real al otro, no emite señales
afectivas, corre el riesgo de no ser compensado por el otro. Así, no sólo
ayudamos a los demás sino que, además, hacemos que lo sepan para que los
mecanismos sociales (genéticos y culturales) responsables de establecer un
compromiso e intercambio recíproco actúen.
En resumen, el afecto es la necesidad
que tienen todos los organismos sociales de recibir ayuda y colaboración de sus
congéneres para poder sobrevivir. El afecto se proporciona mediante la
realización de cualquier clase de trabajo (no remunerado en el caso humano) en
beneficio de la supervivencia de otro individuo y, por tanto, es transferible y
limitado. A medida que aumenta la complejidad social de las especies aparecen
las señales afectivas, comportamientos estereotipados cuya finalidad es
garantizar la cohesión y la reciprocidad en el intercambio afectivo del grupo.
La economía del afecto, en las
relaciones sociales humanas, es enormemente compleja y el conocimiento que hoy
día tenemos es muy general y tosco. Esperemos que en los próximos decenios
puedan cambiar significativamente las actitudes científicas hacia fenómenos tan
fundamentales para la supervivencia humana como lo es el intercambio afectivo.
LA
EXPRESIÓN AFECTIVA EN FAMILIA
Genovard
(1987). La
afectividad es la necesidad que tenemos los seres humanos de establecer
vínculos con otras personas. Un clima afectivo adecuado constituye un factor de
protección ante posibles conductas de riesgo.
Asimismo, una adecuada expresión de
los afectos a lo largo del desarrollo evolutivo de los hijos, incide en otros
factores de carácter individual, favorece el desarrollo saludable del
autoconcepto, la autoestima, la aceptación personal, la seguridad en sí mismo,
etc.
Por lo tanto, la expresión de afecto
en la familia es fundamental.
Al principio, cuando los hijos son
pequeños y se relacionan a través de las sensaciones que perciben, las
herramientas a utilizar son el contacto físico, la voz, la cercanía, etc. Más
adelante, cuando aprenden a hablar, los mensajes de valoración y cariño han de
estar presentes. De esta forma se les trasmitirá la seguridad afectiva que
permitirá un desarrollo madurativo correcto.
PAD
Guía para familias:
Cuando los hijos son más mayores y han
emprendido el camino hacia la autonomía, comenzando a crear vínculos afectivos
fuera del hogar donde el grupo de iguales se torna más importante, puede
parecer que no necesitan, e incluso que no quieren manifestaciones de afecto de
sus padres. Sin embargo, en esta fase, la afectividad y el apoyo incondicional
son tan importantes como en etapas anteriores, porque es lo que va a permitir
completar su proceso de individuación y socialización.
A medida que los hijos crecen, la
relación con ellos debe evolucionar hasta tornarse más madura. En este proceso,
la aceptación, el reconocimiento de sus logros y las dosis de libertad
crecientes van a consolidar la formación de su propia identidad.
Por otro lado, una emoción es un
estado afectivo, una reacción subjetiva que los seres humanos experimentamos
ante acontecimientos o situaciones que ocurren en nuestro entorno. Las
emociones tienen una función adaptativa de nuestro organismo a lo que nos
rodea, sobrevienen súbita y bruscamente, en forma de crisis, más o menos
violentas y más o menos pasajeras.
GUÍA
PARA FAMILIAS
PAD
Así pues, la experiencia emocional es
particular a cada individuo y está mediatizada por sus experiencias anteriores,
el tipo de aprendizaje adquirido, sus variables de personalidad y la situación
concreta en la que surge.
Es necesario desarrollar ciertas
habilidades para poder manejar las emociones, ya que una intensidad excesiva
puede hacer que se vivencien como estados desagradables o que actúen como
desencadenantes de conductas indeseables.
2.2.3. LA EDUCACIÓN AFECTIVA
Hurlock (1982) Educar
a los niños ha sido una de las preocupaciones más constantes a lo largo de la
historia de la Humanidad, la formación integral del individuo era y es el
objetivo principal de cualquier proceso de aprendizaje. Al logro de dicha
formación contribuye, de un modo especial la afectividad estable, serena y
equilibrada, mediante la cual el sujeto establece relaciones con su entorno,
primero con sus padres, y después las amplía el resto de la sociedad.
El
equilibrio afectivo-emocional, entre otros muchos beneficios, permite al niño
alcanzar una personalidad madura. Este proceso evolutivo debe integrar y
armonizar diversos aspectos, entre los que podemos citar: Rasgos Constitucionales
(Sistema nervioso central, Sistema nervioso autónomo, Sistema glandular,
Constitución física, Capacidad intelectual etc.); Desarrollo psicomotor,
que ayudan al niño a ampliar su entorno físico iniciando así una etapa de
exploración e independencia que le permita moverse y relacionarse con los
objetos libremente; Desarrollo intelectual mediante el cual
interioriza, comprende e interpreta la estimulación externa, iniciando la
formación de sus estructuras cognitivas; Desarrollo afectivo-social que
permite establecer relaciones con los demás ampliando y enriqueciendo su proceso
de socialización. Y por último, las experiencias transmitidas por los agentes
sociales (familia, escuela, sociedad) contribuirán a que el sujeto alcance
dicha maduración.
La
práctica educativa apenas ha valorado la importancia que tiene la afectividad
en el desarrollo y adquisición de una personalidad equilibrada y estable, por
el poco valor que hasta ahora, se le ha atribuido para el éxito académico. Sin
embargo, si tenemos en cuenta que la educación debe orientarse al pleno
desarrollo de la personalidad de los alumnos, el desarrollo cognitivo debe
complementarse con el desarrollo emocional. La educación emocional debe dejarse
sentir en las relaciones interpersonales, “en el clima de aula” y en el trabajo
académico.
Desde
esta perspectiva amplia, la educación emocional es una forma de prevención de
actos violentos, estados depresivos, consumo de drogas, etc. No debemos olvidar
que los estudios realizados sobre la violencia escolar ponen de manifiesto que
los jóvenes transgresores presentan carencias en habilidades emocionales, como
el control de los impulsos o la capacidad para ponerse en lugar del otro.
Greenfield y Leuve (1982). La
afectividad, en este momento, es un tema recuperado por la Psicología
Cognitiva. La emoción constituye en la actualidad un capítulo muy importante de
la Psicología Evolutiva y de la Psicología de la Educación. A través de las
emociones el sujeto expresa gran parte de su vida afectiva (alegría, tristeza,
ira, celos, miedo...), sin la emoción seríamos máquinas y por tanto insensibles.
Aunque durante mucho tiempo las emociones-sentimientos debían ser disimuladas,
hoy en día forman parte de la motivación, y en ciertos momentos pueden ser
definitorias de nuestra conducta, transmitiendo sin palabras nuestro estado de
ánimo.
La moderna
investigación atribuye un papel importante a habilidades tales como: el control
de las emociones, saber ponerse en lugar de los demás o el fomento de una
actitud positiva ante el mundo y las cosas, para prevenir las conductas
violentas y los conflictos interpersonales.
Estas
habilidades, que tienen que ver con lo que -se denomina inteligencia
emocional-, tradicionalmente han sido olvidadas tanto por la educación formal
(la realizada en la escuela), como por la educación informal (socialización y educación
medio ambiental). La educación, principalmente la escolar, se había centrado en
el desarrollo de las capacidades cognitivas y había descuidado la educación
afectivo-emocional.
Darder (2001). La
afectividad, emociones, sentimientos y pasiones, desempeña un papel importante
en nuestras vidas. Están arraigadas biológicamente en nuestra naturaleza y
forman parte de nosotros, lo queramos o no. Con la ira expresamos malestar y puede servir para defendernos de una
situación de peligro; la ansiedad nos
permite estar en estado de alerta ante situaciones difíciles; la tristeza es una forma de expresar el
dolor que llevamos dentro o nos lleva a pedir ayuda; con las rabietas, manifestamos
insatisfacción y frustración, etc. Las emocionas, sentimientos, etc. son
necesarios; ahora bien, las emociones, pasione pueden dispararse en momentos
determinados sino se ejerce el debido control sobre ellas, pueden salir de
nuestro control y esto puede llegar a afectar a nuestro bienestar psicológico o
repercutir en los demás, de ahí la necesidad de una adecuada educación
afectiva.
La educación en la afectiva se realiza por “contagio
social”. No es necesaria una programación para educar
afectivamente, se realiza de forma espontánea y natural mediante la educación
familiar, escolar y mediante el proceso de socialización y culturización
ambiental. Dicho esto hay que matizar esta frase afirmando que el desarrollo
emocional del niño es un tema complejo, difícil de delimitar, por las múltiples
conexiones que la esfera afectiva tiene con los restantes procesos físicos y
psíquicos del niño. Las emociones desempeñan un papel de máxima importancia en
la vida del niño. Añaden placer a sus experiencias cotidianas, sirven de
motivación para la acción. Las respuestas afectivas se vinculan con todas las
situaciones y relaciones humanas: con los padres, con el entorno, con el grupo
de iguales, en el trabajo o aula, en la actividad sexual, social y moral, en
los procesos cognitivos, etc. Condicionan todos los ámbitos de la vida de la
persona.
CABALLERO,
M.A. (2008). La
educación en la afectividad se realiza con ayuda de los agentes sociales:
madre, padre, hermanos, otros familiares, compañeros, amigos, maestros, otros
adultos, algunas instituciones, medios de comunicación (TV. cine, prensa...)
libros, juguetes, folklore, etc.
Educar
en la afectividad no es un tema menor, en la afectividad serena y equilibrada,
por la gran repercusión que tiene el desarrollo del vínculo afectivo en el
desarrollo humano, intelectual, académico, social…y religioso. La educación
afectiva no consiste en ceder en todo sin poner límites a los caprichos
superfluos e injustificados de los niños-adolescentes ni ser “duros”.
Tan
negativo es que los padres sean autoritarios-impositivos como
paternalistas-indulgentes.
Educar,
además de ser una misión hermosa, no es fácil y mucho menos cómoda, pues educar
es amar y vaciarse día a día por el bien de la persona amada, en este caso el
niño y el adolescente, y esto exige esfuerzo y renunciar a muchas cosas.
FACTORES
INFLUYENTES
Seidler,
Victor, J. (1995) Las
influencias que el niño recibe desde el momento de su nacimiento van
configurando su personalidad. La relación que establezca el niño con su entorno
depende de sus características personales y de la actuación de los diversos
agentes sociales, ya citados. En concreto me voy a detener en la familia,
escuela y sociedad por ser los que más inciden. Las influencias de éstos
agentes son básicas para que el sujeto alcance una estabilidad conductual y un
nivel de madurez adecuado que le permita ser autónomo y responsable.
a) La
familia proporciona lo que consideramos condiciones óptimas para
el desarrollo de la personalidad de los individuos jóvenes. La familia es el
primer contexto de desarrollo del niño y el más duradero, por supuesto, otros
escenarios o contextos sociales también modelan el desarrollo de los niños,
pero en cuanto al poder y a la extensión, ninguno iguala a la familia. La
familia constituye el medio natural en el que el niño comienza su vida e inicia
su aprendizaje básico a través de los estímulos y de las vivencias que recibe,
las cuales le condicionan profundamente a lo largo de toda su existencia; la
estabilidad y equilibrio en su relación materna-paterna, así como con el resto
de los miembros familiares, definen el clima afectivo, en el que transcurre la
primera etapa de su vida.
Hoy muchos padres, queriendo adaptarse a las
circunstancias de los tiempos y con el pretexto de no contrariar y frustrar a
sus hijos, caen en el error de decir Sí a todo lo que éstos piden. Esta postura
no deja de ser utópica y, por qué no decirlo, cómoda y con frecuencia sinónimo
de egoísta por parte de los padres; estos padres son los típicos paternalistas
o permisivos, que no se implican en nada, de las conductas de sus hijos, que
les suponga algún tipo de esfuerzo. Su quehacer educativo es tan nefasto como
el de los padres autoritarios e impositivos, con efectos muy negativos en sus
hijos. Al contrariar a nuestros hijos -al cumplir con nuestra obligación de
padres, de poner los límites que sean precisos a los reiterados caprichos de
nuestros hijos- en alguna medida nos contrariamos a nosotros mismos y todo esto
hay que hacerlo con cariño y esfuerzo y, por qué no decirlo, con sacrificio;
estos padres son los padres democráticos, que se implican y se comprometen con
el presente y el futuro de sus hijos. Los hijos, de una forma o de otra, nos
están exigiendo sobre todo que sepamos ser PADRES, que no renunciemos a
nuestras responsabilidades.
Nos
piden que sepamos estar a la altura de las circunstancias cumpliendo con
nuestra misión de ser PADRES, que es sinónimo de amor y donación hacia ellos y
no ceder ingenua y egoístamente a sus pretensiones tan infantiles como
superfluas e injustificadas.
Los padres debemos ser fieles a la misión que
socialmente se nos ha encomendado, aunque en el cumplimiento de nuestras
obligaciones muchas veces tengamos que hacer lo que no es popular: “no dejar
hacer a nuestros hijos lo que quieran” porque eso es lo que se lleva… Nuestros
hijos necesitan que les señalemos con precisión unos límites claros y precisos,
aunque en principio, pueden estar en desacuerdo con nuestra postura, pero sin
pasar mucho tiempo nos agradecerán todo el cariño que pusimos en ellos al ser
honrados y actuar con limpieza y generosidad. Si hacemos esto sin desfallecer y
sin ceder a las mil y una presión que sobre nosotros intentan ejercer las
agencias manipuladoras del ocio, del tiempo libre prefabricado, comercial y
lucrativo, nuestros hijos seguro que nos lo agradecerán; es más, la única forma
de que se sientan orgullosos de sus padres es si les legamos esta claridad y
limpieza de miras, mucho más que si les permitimos todo y en todo momento.
La armonía y el equilibrio familiar es la
fuente permanente de armonía y seguridad en la vida de los hijos. De los
padres, principalmente, aprende los “papeles” que tienen que desarrollar en la
vida adulta, es más, el propio ambiente familiar es el contexto adecuado en el
que el niño ensaya y experimenta los roles que tendrá que realizar cuando sea
adulto. Los padres enseñan a sus hijos cómo y cuándo debe producirse el control
de las emociones, sentimientos, etc. De una forma o de otra el desarrollo
emocional está configurado por los hábitos sociales que se derivan de los
valores de la cultura en la que vive la familia. Es decir, ayudan a sus hijos a
tener una afectividad serena y segura o todo lo contrario, generando la
“deprivación afectiva” (me ocuparé más tarde de este extremo) cuando falta la
paz y la concordia en el hogar familiar.
Los psicólogos y psiquiatras aseguran que los
brazos entrelazados de madres, padres e hijos son el fármaco que puede
administrarse para garantizar la salud de los pequeños. Cogerle en brazos,
acariciarle, acunarle, etc. son los medios adecuados que dan lugar al inicio de
la figura de apego que posteriormente facilitará sus relaciones interpersonales
así como su armonía conductual.
Apego: El apego puede definirse
como el conjunto de sentimientos asociados a las personas con los que se
convive, que influyen en el sujeto transmitiéndole sentimientos de seguridad y
bienestar, placer generados por la proximidad y contacto con ellos. Este vínculo
afectivo se forma a lo largo del primer año de vida como resultado de la
necesidad de vinculación afectiva que tiene el niño y de la conducta que pone
en juego para satisfacer dicha necesidad así como del ofrecimiento de cuidado y
atención específicos que le ofrece la madre o quien ocupa el rol materno. El
apego que el niño tiene con sus padres y hermanos suele durar toda la vida y
sirve de modelo para relacionarse con los demás niños (grupo de iguales), con
la gente del barrio y con el resto de los adultos.
Cuando los padres son muy indulgentes y
mimosos agobian a sus hijos con el regalo de excesivos caprichos o con
demasiado cariño. Esta actuación hace que el niño se acostumbre a la idea de
que siempre debe de ser así y no aprenderá jamás a esforzarse por algo que le
cueste el más mínimo esfuerzo.
En efecto, el niño mimoso, encontrará
serios problemas para su inserción en la escuela y en la relación con los
“iguales”, ya que sin el desarrollo de unas pautas sociales de convivencia y de
comportamiento, que no han sido enseñadas por sus padres, se encontrará
desamparado y no podrá enfrentarse a los conflictos de la comunidad escolar. No
encontrará el lugar de privilegio del que ha disfrutado en el seno familiar.
La actitud contraria, la de los padres
excesivamente rígidos y severos, con el pretexto de que sus hijos deben
acostumbrarse a las dificultades y la dureza de la vida, son “duros” e
impositivos, sin concesiones y sin afecto. Esta postura tampoco parece ser la
orientación más adecuada, porque privamos a los niños de la posibilidad de
descubrir la afectividad y la ternura (que sí existen), y a la larga, de
aprender a amar.
b) La
escuela influye en el desarrollo integral del niño, ya que no
sólo interviene en la transmisión del saber científico, culturalmente
organizado, sino que influye en la socialización e individualización del niño,
desarrollando las relaciones afectivas, la habilidad para participar en las
situaciones sociales (juegos, trabajos en grupo, etc.), las destrezas de
comunicación, las conductas presociales y la propia identidad personal.
Respecto a la identidad personal el niño cuando entra en la escuela viene
acompañado de un grupo de experiencias previas que le permiten tener un
concepto de sí mismo que se va a encontrar reafirmado o no por el concepto que
los demás van a tener de él, lo que supondrá una ampliación de su mundo de
relaciones. En el desarrollo afectivo-social del niño, la escuela y los
compañeros ocupan un lugar muy importante. El comportamiento del niño está influenciado
por el tipo de relaciones que tiene con “sus iguales”. El lugar que ocupa en
clase y las calificaciones que obtenga son indicadores de su posición con
respecto a sus compañeros, cuando se siente aceptado, el sujeto reafirma su
autoestima y autoconcepto, por el contrario, cuando existe rechazo, infravalora
su propia estima.
La vida afectiva del preadolescente se
caracteriza por un afán de emancipación, independencia y libertad, ya no es un
niño y no quiere que se le trate como tal, quiere hacer lo que le agrade sin
que nadie le diga lo que tiene que hacer. Este afán de independencia y
autodeterminación es la raíz de una serie de formas de comportamiento que han
llevado a designar a este estadio como "segunda edad de obstinación".
A consecuencia de esto, la unión con la familia es menor, se sublevan ante todo
lo que representa sujeción y tutela, en casa se comportan de forma extraña, no
quieren salir con sus padres y se avergüenzan de ellos, los critican y se
inicia un distanciamiento comunicativo, pero al mismo tiempo tienen
sentimientos contradictorios, saben que dependen de ellos y que los necesitan
pero su deseo de libertad e independencia es más fuerte y eso les lleva a
verles como "controladores de su vida".
En la adolescencia los intercambios e
interacciones sociales se amplían de forma extraordinaria, a la vez que
continúa debilitándose la referencia a lo familiar. Las figuras de apego de la
etapa infantil se debilitan. Según va adquiriendo autonomía personal el sujeto
va emancipándose de su familia, dicha emancipación se produce de forma
diferente de unos sujetos a otros.
Paralelamente a la emancipación familiar del
adolescente, va estableciendo lazos más estrechos con el grupo de compañeros,
primero la pandilla de un solo sexo, más tarde la pandilla de ambos sexos, la
fase final se caracteriza por la disgregación de dicha pandilla dando paso a la
consolidación de relaciones entre parejas que poco a poco se desligarán del
grupo.
c) Seres
sociables, el niño es un ser social desde el momento de
su nacimiento, necesita de los demás para resolver sus necesidades básicas,
entre estas necesidades, como estoy comentando a lo largo de esta exposición,
se encuentra el desarrollo de la afectividad. La educación informal, utiliza
como vehículos apropiados para alcanzar sus objetivos, entre otros
instrumentos, los poderosos medios de comunicación social o de masas desde
donde lanza un continuo bombardeo de "exhortaciones y mensajes"
siendo el "blanco" preferido de esas "orquestadas campañas
publicitarias" los más jóvenes porque son los que más fácilmente asimilan
el contenido de sus "recetas" populistas y los reclamos que ofrecen
esos ocios tan tediosos como consumistas.
Desde la educación formal, propiciada por la
escuela, se debe educar a las jóvenes generaciones para su incorporación feliz
al mundo del trabajo, del ocio y del tiempo libre (cada vez más abundante),
para que la educación informal contribuya a desarrollar y completar su
educación y formación y no a incitarle al consumo, al ocio tedioso y al “tiempo
libre” esclavizador.
La
relación que el niño establece con su entorno no es algo pasivo sino que está
basada en la transmisión de su modo peculiar de actuar y pensar, es decir, de
su propia individualidad, frente al grupo en el que se desenvuelve; pero a su
vez, dicho grupo le influye en la adquisición de una serie de actitudes
(responsabilidad, solidaridad, toma de decisión, etc.) que determinan su
conducta y sus relaciones con los demás miembros del grupo. Según va
satisfaciendo sus necesidades biológicas, psíquicas, sociales, culturales, etc.
el niño se va motivando para incorporarse de forma efectiva al grupo,
estableciendo una serie de relaciones interpersonales conductuales, tan
necesarias para él como para el grupo. Esta interacción culminará en el momento
en que dicho grupo le transmita su bagaje cultural acumulado a lo largo de todo
el desarrollo histórico de la especie humana, dicha transmisión implica
valores, normas, asignaciones de roles, enseñanza del lenguaje, destrezas,
contenidos, etc. La forma de actuar de los distintos agentes depende de
factores contextuales, tales como el país, zona geográfica en donde el niño
nace y vive, así como factores personales como son las aptitudes biológicas,
físicas, psicológicas, etc.; asimismo los vínculos afectivos que el niño
establece con los padres, hermanos, amigos son la base de su desarrollo social,
cultural, psíquico personal. Por tanto, el apego afinidad afectiva y empatía-
que el niño desarrolla con las personas que le son más cercanas, mediatiza los
distintos tipos de desarrollo en los que el niño adolescente está implicado. El
proceso de socialización lleva implícito el aprender a evitar conductas
consideradas como perjudiciales y por el contrario adquirir determinadas
habilidades sociales. Para ello es necesario que el sujeto se encuentre
motivado para comportarse de forma adecuada y desarrolle una conducta de
autocontrol, respondiendo de forma positiva a las expectativas del grupo.
2.2.4. LAS
EMOCIONES
Reeve,
J. (1994) En el ser
humano la experiencia de una emoción generalmente involucra un conjunto de
cogniciones, actitudes y creencias sobre el mundo, que utilizamos para valorar
una situación concreta y, por tanto, influyen en el modo en el que se percibe
dicha situación.
Durante mucho tiempo las
emociones han estado consideradas poco importantes y siempre se le ha dado más
relevancia a la parte más racional del ser humano. Pero las emociones, al ser
estados afectivos, indican estados internos personales, motivaciones, deseos,
necesidades e incluso objetivos. De todas formas, es difícil saber a partir de
la emoción cual será la conducta futura del individuo, aunque nos puede ayudar
a intuirla.
Apenas tenemos unos meses
de vida, adquirimos emociones básicas como el miedo, el enfado o la alegría.
Algunos animales comparten con nosotros esas emociones tan básicas, que en los
humanos se van haciendo más complejas gracias al lenguaje, porque usamos
símbolos, signos y significados.
Cada individuo experimenta
una emoción de forma particular, dependiendo de sus experiencias anteriores,
aprendizaje, carácter y de la situación concreta. Algunas de las reacciones
fisiológicas y comportamentales que desencadenan las emociones son innatas,
mientras que otras pueden adquirirse.
Charles Darwin observó como
los animales (especialmente en los primates) tenían un extenso repertorio de
emociones, y que esta manera de expresar las emociones tenía una función
social, pues colaboraban en la supervivencia de la especie. Tienen, por tanto,
una función adaptativa.
Existen 6 categorías
básicas de emociones.
MIEDO: Anticipación de una amenaza o peligro
que produce ansiedad, incertidumbre, inseguridad.
SORPRESA: Sobresalto, asombro, desconcierto. Es
muy transitoria. Puede dar una aproximación cognitiva para saber qué pasa.
IRA: Rabia, enojo, resentimiento, furia,
irritabilidad.
ALEGRÍA: Diversión, euforia, gratificación,
contentos, da una sensación de bienestar, de seguridad.
TRISTEZA: Pena, soledad, pesimismo.
Si tenemos en cuenta esta
finalidad adaptativa de las emociones, podríamos decir que tienen diferentes
funciones:
MIEDO: Tendemos hacia la protección.
SORPRESA: Ayuda a orientarnos frente a la nueva
situación.
IRA: Nos induce hacia la destrucción.
ALEGRÍA: Nos induce hacia la reproducción
(deseamos reproducir aquel suceso que nos hace sentir bien).
TRISTEZA: Nos motiva hacia una nueva
reintegración personal.
2.2.5. ESTADOS
DE ÁNIMO
EMOCIONES Y ESTADOS DE
ÁNIMO
Roy Rivera
(1990) Existe una
distinción, a veces muy sutil, entre emoción y Estado de Ánimo, para el
coaching ontológico. Consideramos la Emoción como un estado puntual, reactivo y
causado por un acontecimiento que normalmente precede inmediatamente en el
tiempo. Cada vez que experimentamos una interrupción (quiebre) en el fluir de
la vida, se producen emociones.
Un
quiebre siempre implica un cambio en nuestro espacio de posibilidades. Lo que
antes creíamos posible, puede no serlo ahora. Cada vez que juzgamos que nuestro
espacio de posibilidades ha cambiado, sea positiva o negativamente, estamos
enfrentando un quiebre y lo asociamos a una emoción.
Por
el contrario, el estado de ánimo es una emocionalidad que no remite
necesariamente a causas específicas y que, normalmente, no podemos relacionar
con acontecimientos determinados. Los estados de ánimo viven en el transfondo
desde el cual actuamos. Estemos donde estemos y hagamos lo que hagamos, siempre
estamos en un determinado estado de ánimo, que comúnmente no elegimos ni controlamos.
Una vez en él, nos comportamos dentro de unos parámetros específicos.
Por
eso decimos que los estados de ánimo y las emociones condicionan nuestro
actuar. Por este motivo, solemos decir que los estados de ánimo nos tienen a
nosotros, nos convertimos en nuestros estados de ánimo.
Las
diferentes épocas del año, los días de la semana, diversos momentos de nuestras
vidas, la situación atmosférica. Todas estas circunstancias y muchas otras,
tienen la capacidad de teñir nuestro estado de ánimo personal y condicionarlo.
Factores como el tiempo, la edad, el lugar en el que nos encontramos, el
momento del día intervienen y modifican nuestro estado de ánimo.
REDISEÑAR
EL ESTADO DE ÁNIMO
Elias, Norbert (1994) Podemos acceder a transformaciones de
nuestra emocionalidad a través del lenguaje, por eso decimos que a través de la
conversación de coaching podemos rediseñar estados de ánimo. Veamos algunas
pautas para llevarlo a cabo:
Como
primera medida, es importante convertirse en un buen observador de estados de
ánimo, es importante desarrollar y refinar la capacidad para acceder a nuestro
mundo emocional y al de las personas que nos rodean, a través de la observación
y de la reflexión. En general, tenemos poco contacto con nuestro mundo
emocional y, en ocasiones, este contacto está totalmente bloqueado.
No
somos responsables de nuestro estado de ánimo, sin embargo, si somos
responsables del tiempo que decidimos permanecer anclados en él. Si reconocemos
que no somos productores de nuestros estados de ánimo, sino que son éstos los
que nos producen a nosotros, podremos intervenir más fácilmente y de forma más
liviana en nuestros estados de ánimo.
Debemos
cuidarnos de las historias que hemos fabricado en torno a nuestros estados de
ánimo. Tendemos a encontrar correctos nuestros estados de ánimo y podemos dar
infinitas razones del enorme sentido que tiene el estar en ellos. Es importante
recordar que a menudo el estado de ánimo no se produjo por lo que contamos en
nuestra historia, sino que fue el estado de ánimo el que produjo la historia.
Una
vez que identificamos el estado de ánimo, deberíamos buscar los juicios que
corresponden a él. Preguntémonos: o Cómo estoy juzgando al mundo
¿Cómo estoy juzgando a la gente que me rodea?
¿Qué
juicios tengo acerca de mí mismo?
¿Qué
juicios tengo acerca del futuro?
Estas
preguntas deberían bastar para especificar el estado de ánimo en que nos
encontramos.
Una
vez que hemos identificado nuestro estado de ánimo como un juicio automático,
podemos examinar la estructura lingüística que subyace a ese juicio.
Cuando
tenemos la estructura lingüística subyacente, podemos examinar si las
afirmaciones que incluye esta estructura son verdaderas o falsas, si los
juicios son fundados o no lo son, si las declaraciones que contiene son válidas
o no, etc. Si descubrimos que el fundamento de ese estado de ánimo no es
suficiente, estaremos en una mejor posición para cambiarlo.
Identificada
la estructura subyacente y los actos lingüísticos que contiene, podemos buscar
acciones que realizar para cambiar esas afirmaciones, juicios, etc. Estas
acciones pueden incluir conversaciones con terceras personas. No debemos
permitir que nuestro estado de ánimo bloquee nuestra acción.
Si
nos damos cuenta de que tendemos a ser recurrentes en ciertos estados de ánimo,
podemos también realizar acciones para anticipar los momentos en que el estado
de ánimo va a aparecer nuevamente. Así podremos construir nuevos repertorios o
acciones alternativas para no entrar en el estado de ánimo recurrente.
Una
acción posible es sumergirnos entre personas con las cuales nuestro estado de
ánimo no tiene cabida. Eso nos ayudará a cambiar, porque los estados de ánimo
son contagiosos. Esto también opera en sentido inverso: si nos rodeamos de
personas que tienen un estado de ánimo negativo, podemos contagiarnos de ellas.
No
debemos olvidar la conexión con el cuerpo. Si cambiamos la postura corporal,
practicamos ejercicio, aprendemos a respirar o a relajarnos, ciertos estados de
ánimo desaparecerán. La música es también una forma efectiva de intervenir a
nivel corporal.
EL RESENTIMIENTO COMO
ESTADO DE ÁNIMO
Viveros, M. (2000) El resentimiento es un estado de
ánimo que tiene una conversación subyacente en la cual interpretamos que hemos
sido víctimas de una acción injusta y en la que alguien aparece como culpable
por lo que nos sucede (una persona, un grupo de personas, toda una categoría de
individuos, o incluso la vida misma o el mundo entero).
El
resentimiento no para aquí. La persona resentida hace además una declaración:
aquel que cometió la injusticia, pagará por ello. Aparece así el deseo de
venganza como subproducto habitual del resentimiento.
El
estado de ánimo del resentimiento se asemeja mucho al de la ira. La principal
diferencia reside en que la ira se manifiesta abiertamente y el resentimiento
permanece escondido. Permanece como una conversación privada. Crece en el
silencio y rara vez se manifiesta directamente o lo hace ante personas no
adecuadas (decimos no adecuadas porque aparece como queja ante terceras
personas que no pueden hacer nada efectivo para aliviar el estado de ánimo
resentido. Por el contrario, la queja ante terceras personas suele alimentar el
estado de ánimo de resentimiento y hacerlo crecer).
Normalmente
encontraremos una promesa y unas expectativas consideradas legítimas que, en
ambos casos, no son cumplidas. Pero además, es necesario que exista una
situación que obstruya o impida manifestar nuestra ira o hacer una reclamación.
El
resentimiento surge de la impotencia y a menudo la reproduce. Una razón para
esconder la ira y dejar que se desarrolle el resentimiento es cuando nos
encontramos en una situación precaria de poder. Tenemos miedo de hacer nuestra
reclamación y por eso la mantenemos oculta. Por eso, en las situaciones de
liderazgo en las empresas, pueden surgir muchos casos de resentimiento por
parte de los subordinados.
La
persona en resentimiento se ve afectada por un sufrimiento penetrante y muchas
veces casi permanente, que se manifiesta en múltiples situaciones de su vida.
La persona resentida, además, ve bloqueada su capacidad de actuar, porque se
mantiene sumida en una conversación que se niega a aceptar la pérdida sufrida,
se asienta en el pasado (en lo que ocurrió y lo que debía haber ocurrido) y
cierra puertas al futuro. En este sentido, decimos, como Nietzsche, que el
resentimiento es un estado de ánimo que esclaviza a quién la padece.
ESTRUCTURA LINGÜÍSTICA
DEL PROCESO DE RESENTIMIENTO
La
estructura lingüística subyacente en un proceso de resentimiento es la
siguiente:
1.
Afirmo que sucedió (o no sucedió), determinado hecho (X)
2.
Juzgo que ello implica el incumplimiento de una promesa legítima que me fue
dada o de una expectativa legítima que yo tenía respecto de alguien o de algo.
3.
Juzgo que ese hecho X me causó un daño irreparable y restringió mis posibilidades
actuales y futuras.
4.
Juzgo que esto no es justo.
5.
Declaro que A (una persona, un grupo de personas o el conjunto de la humanidad)
es responsable de dicho daño.
6.
Juzgo que no puedo hacer nada para que A repare el daño que me ocasionó.
7.
Declaro asimismo que esto es una injusticia.
8.
Declaro que, en algún momento, A pagará por esto (venganza).
EL ESTADO DE ANIMO DE
ACEPTACIÓN Y PAZ
Beauvoir, S. (1977) Entendemos este estado de ánimo como
diametralmente opuesto al del resentimiento. Exige una expresión de
reconciliación. Decimos estar en paz cuando aceptamos vivir en armonía con las
posibilidades que nos fueron cerradas. Estamos en paz cuando aceptamos las
pérdidas que no está en nuestras manos cambiar. La única manera de superar el resentimiento
es a través de la aceptación y, desde ahí, hay únicamente dos caminos: el
perdón o la reclamación.
LA RESIGNACIÓN COMO
ESTADO DE ANIMO
La
resignación es otro estado de ánimo en el que a veces podemos encontrarnos. La
resignación es un estado de ánimo que tiene la creencia oculta de que nada de
lo que se haga puede cambiar una determinada situación.
La
persona resignada cree que es realista y tiene numerosos juicios para fundar su
realidad. De esta manera, la persona resignada está atrapada, no puede hacer
nada para cambiar la situación. No ve el futuro como un espacio en el que la
intervención sea posible.
Bibliografia
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(1977) El Segundo Sexo. Los hechos y los mitos, Tomo 1; La experiencia vivida
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